lunes, 5 de noviembre de 2012

Estética


ESTÉTICA

Uno de los principales temas de la filosofía contemporánea es la estética o la reflexión sobre el arte.  La reflexión estética comenzó, como gran parte de los meas de la filosofía occidental, con Platón y Aristóteles.  Hoy en día goza de un protagonismo que no había tenido antes en la historia del pensamiento.

LOS OBJETOS DE ARTE

Nuestra vida cotidiana está rodeada de una serie de acontecimientos sobre los que normalmente tomamos decisiones y juicios.  De un lado están los eventos de nuestras ocupaciones diarias, las situaciones que enfrentamos en nuestro diario vivir para ganarnos la vida, para practicar nuestras habilidades y desarrollar nuestra personalidad.  En estas circunstancias practicamos conocimientos técnicos o teóricos, según nuestro campo de acción, pero siempre a partir de un conocimiento estable e incuestionable, con el cual efectuamos desarrollos e innovaciones sin necesidad de cuestionar dicho conocimiento.  De otro lado, están las decisiones morales que debemos tomar en nuestra relación con otras personas, en los grupos humanos que conforman nuestra sociedad, como seres sociales que somos.  En estas ocasiones, no necesariamente hay un conocimiento anterior que nos permita actuar, aunque puede haber leyes o normas morales a las cuales nos atenemos, pensando que esa es la manera correcta de hacerlo, porque nuestra filiación religiosa o política, o de cualquier otra índole, nos motiva a actuar de un modo determinado.  En síntesis, en el campo moral nuestras acciones pueden estar o no condicionadas, pero las efectuamos con la esperanza de estar o no en lo correcto.

Pero hay otro campo de nuestra vida cotidiana en donde la certidumbre de los actos que realizamos es aún más difícil de determinar.  Estos son los asuntos en donde intervienen los objetos artísticos.  Frente a un objeto artístico podemos pasas indiferentes, y eso sucede la mayor parte del tiempo y a la mayor parte de las personas.  Pero si por casualidad nos fijamos en ellos, de alguna manera que no se pueda precisar muy bien, nos vemos tentados a tomar posición frente a ellos, a elaborar juicios y a determinarles un lugar en el mundo.  A diferencia de las situaciones prácticas o éticas, frente a una obra de arte tenemos la impresión de que “conocemos” sobre el objeto y podemos decir si es artístico o no, si es bello o no, si es distinto o no a los demás objetos que componen el mundo.  Pero, ¿qué es lo que nos hace creer con tanta seguridad que con respecto a los objetos artísticos tenemos un conocimiento o algo que decir?  ¿Por qué nos atrevemos a decir con frecuencia que reconocemos si un objeto es artístico o bello? Esto no ocurre con las acciones buenas o correctas ni con las cosas de conocimiento especializado o específico.  Difícilmente reconocemos de forma inmediata la diferencia entre justicia e injusticia, o entre la validez y veracidad de fórmulas matemáticas complejas, sobre todo si no somos conocedores del tema; en cambio, pocas veces dudamos a la hora de decir si una pintura o una escultura es bella o no; si algo es vulgar o elegante; en fin, si algo es artístico o no lo es.  Esto sucede en virtud de una característica propia de los objetos artísticos.  No pueden determinarse como se determinan los objetos de conocimiento científico, es decir, según teorías e hipótesis; tampoco pueden reconocerse como las sociedades humanas reconocen la justicia, la piedad o los derechos humanos.  Con los objetos artísticos no funcionan ni la teoría, ni la autoridad, ni la opinión pública.

EL ÁMBITO DE LO ARTÍSTICO

Muy al contrario, el arte y las sensaciones que nos produce tienen relación con nuestra sensibilidad, con nuestros sentimientos y emociones.  El ámbito del arte es la sensibilidad humana, entendiendo por esta no solamente lo que tiene que ver con nuestros sentidos, sino también con nuestras facultades intelectuales; tiene que ver, a la vez, con lo sensible y lo inteligible; en últimas, es un asunto del espíritu humano.  El arte hace parte de nuestra vida cotidiana, pues a la vez que estimula nuestra sensibilidad, también sacude nuestra imaginación y nuestra racionalidad, convirtiéndose en una ganancia el hecho de encontrarnos con obras de arte, aunque por desgracia poco nos fijemos en ellas, sumergidos como estamos en la rutina diaria.  El arte nos libera de la rutina, de la monotonía de lo cotidiano, y además, nos enseña nuevas cosas, nos hace ver el mundo de todos  los días distinto a como lo vemos desde nuestras preocupaciones prácticas o morales, y nos educa en el conocimiento de nosotros mismos al tiempo que nos hace mejores seres humanos.  Los objetos de arte son objetos de nuestra sensibilidad, pero también de nuestra razón y nuestra voluntad.  Ponen en juego nuestros sentidos, nuestro gusto y nuestra imaginación.  Sobre ellos podemos volcar, sin conflictos, nuestros conocimientos, nuestros deseos y nuestras aspiraciones, pues parecen capaces de soportar toda la carga de nuestra humanidad.  Los objetos artísticos son, pues, especiales, y por lo tanto, especial debe ser nuestra manera de abordarlos filosóficamente.

LOS OBJETOS ARTÍSTICOS Y LA FILOSOFÍA

La cualidad de lo artístico no es algo que se pueda definir de modo determinado.  Al estar ligado a nuestra sensibilidad, la concepción sobre el arte varía según las épocas históricas y las circunstancias particulares.  Sin embargo, la filosofía se ha aproximado al arte para tratar de comprender el hecho de experimentar o percibir una obra de arte, es decir, para intentar comprender los fenómenos estéticos.  La relación que establecemos con las obras de arte no es equiparable a nuestras relaciones con otro tipo de objetos, como por ejemplo un destornillador o un carro, en las que intervienen apreciaciones como la utilidad, el interés o la búsqueda de un fin.  La filosofía,  casi de forma unánime, ha reconocido en la experiencia del arte que a la hora de establecer una auténtica relación con objetos artísticos –que es de lo que se ocupa la estética-. 

EL IDEAL DE PERFECCÓN

La primera aproximación que la filosofía efectuó sobre los objetos artísticos tuvo que ver con la distinción entre objetos bellos y objetos no bellos.  Según esta distinción, hecha por los filósofos griegos, los objetos del mundo se pueden clasificar en bellos o feos.  La complicación estaba en decidir que significaba bello y cómo podía diferenciarse de su contrario, o sea de lo feo.  Para Platón, lo bello tenía que ver con una especie de correspondencia entre el objeto en cuestión y la idea o forma ideal de este.  Un caballo era bello en la medida en que más se parecía al caballo ideal, al caballo prototipo según la idea de éste que estaba en el mundo verdadero de las ideas.  Esta formulación fue la depuración de lo que por tradición consideraron los griegos como bello, según sus manifestaciones artísticas y éticas.  Para ellos la belleza tenía que ver con cierta idea de perfección formal; es decir, lo bello era aquello que se adecuaba a una forma ideal que tenia como elementos identificadores la proporción, la armonía, la simetría y la pulcritud.  La reunión de estos elementos determinaba una forma ideal, bella, que se constituía en un modelo o ejemplo para las demás de su clase.  Por ejemplo, el cuerpo humano, cuyas trazas ideales sobreviven hoy en día entre nosotros, o el caballo perfecto, cuya figura solía ser el ejemplo preferido de Platón en sus diálogos.

Pero a este respecto hay que añadir un elemento que constituía la belleza para Platón y que lo diferenciaba de la característica tradicional de belleza como simple perfección de una forma.  Para Platón había un elemento adicional.  La existencia de los elementos identificadores estaba dada por la presencia fundamental de este nuevo elemento, anterior y más importante.  Consistía en un carácter ontológico que debía reunir el objeto, en cuanto fuera manifestación de la verdad que constituía a la clase de cosas a las cuales pertenecía.  Lo bello esta aquello en donde se manifestaba la idea del objeto, era una forma de acercamiento al conocimiento real de las cosas, a su verdadera esencia.  El caballo bello no era el más rápido, o el más alto, o el de color más parejo.   Era aquel que reuniera de forma satisfactoria todas las cualidades que correspondían a la idea de caballo, era aquel ejemplar que reuniera en sí no un conjunto de características sino una virtud o bondad que sólo correspondiera a la esencia de ser caballo.  Además de ser físicamente correcto, debía, sobre todo, reflejar una cualidad interior, moral.  Es decir, su forma física debía tener un significado, debía reflejar una verdad, y no simplemente cumplir con un rendimiento o reunir ciertas características.  De alguna manera, la belleza correspondía a una especie de luz interior que las cosas reflejaban.  Así manifestaban su participación en la idea que les correspondía, en mayor medida que los objetos semejantes.  Por eso, para Platón las cosas bellas guiaban la búsqueda de la verdad, y por lo mismo, se necesitaba del desarrollo de un sentido o sentimiento especial que permitiera reconocer dichas cosas bellas y verdaderas, y este sentimiento era el amor.

Este amor no tiene nada que ver con la atracción física o con el deseo sexual.  Al contrario, tiene que ver con la ausencia de interés, de recompensa o de utilidad en el acto de contemplación.  El amor platónico trata de la posibilidad de “ver” a través del objeto bello la verdad.  Hacia las cosas que brillen, hacia las cosas que se constituyan por su belleza en un modelo adecuado de la verdad, se inclinará naturalmente nuestra naturaleza, nuestra imaginación y nuestra razón, y entonces amaremos a estos objetos por ser bellos.  Para Platón, la belleza de las cosas significaba la presencia en ellas de la idea de Bien, la idea rectora del mundo verdadero que ilumina la verdad.  Por eso se la representaba con el sol, y por eso decía que las cosas bellas “brillan”.  Esta concepción moral de la belleza se conservó durante la Edad Media gracias al concepto de claritas, que significaba claridad, lucidez, presencia de la luz en los objetos.  Pero para el medioevo cristiano, la luz era luz divina que, según Agustín de Hipona, nos hace comprender las ideas eternas emanadas de Dios.  La idea de perfección correspondió, entonces, a cierta adecuación con la verdad divina, pero adecuación con aquella verdad que era inexpresable, que no podía expresarse con el lenguaje sino que requería de una figura mayor, superior, en donde existiera espacio para más sabiduría divina que la que reposaba en las cosas comunes.  De allí que el arte medieval haya recurrido al símbolo y a la analogía, pues de ese modo las cosas señaladas por la luz de la claridad podían diferenciarse sobradamente de las cosas terrenales que poblaban vulgarmente el mundo.  La luz del bien platónico se cambió por la luz de la verdad divina, pero los objetos artísticos siguieron cumpliendo con ese propósito mencionado atrás completar y mejorar la vida humana, simple y oscura.     Para el medieval, la luz de las cosas bellas iluminaba la vida de tránsito, pobre y miserable, que significaba habitar en este mundo de pecado y tentación.  Los objetos de arte debían ser, por tanto, dones o regalos divinos.

EL GUSTO Y EL ARTE

Los artistas del Renacimiento acogieron, a grandes rasgos, esta misma idea de perfección, aunque restó de ella el peso de la bondad platónica y de la verdad divina.  A cambio de esto, añadieron a la idea de perfección una exigencia formal: el pedido de que la obra de arte se asemejara lo más posible a la realidad que pretendía reflejar o copiar.  Ante la ausencia de una razón ontológica y ante la reducción de la cuestión teológica a un asunto principalmente argumentativo, la mayoría de artistas renacentistas se dieron a la tarea de lograr reproducir en su totalidad el mundo que se les presentaba a los sentidos.  El éxito vino con el desarrollo de técnicas –como la perspectiva- pero trajo a la consideración sobre el arte un ingrediente adicional: la pregunta filosófica por la verdadera naturaleza de la realidad que se quería representar.  A partir del Renacimiento podemos reconocer dos formas de concebir el hecho artístico.  Por un lado, se dio una tendencia que continuó con la exploración formal de la representación perfecta (correspondiente a la idea de perfección) de la realidad que ha perdurado hasta nuestros días y que puede reconocerse como una concepción “clásica” del arte, que a grandes rasgos recurre siempre a los mismos temas y que tiene como propósito la profundización en la búsqueda de una representación fiel y auténtica de la realidad.  Por otro lado, surgió una tendencia que podemos llamar “experimental”, que desconfía, en términos generales, de la idea de perfección, o mejor de una representación evidente y formal de la realidad.

Frente a estas dos posturas se encuentra una actitud hacia el arte que tiene que ver con lo que en filosofía llamamos establecer juicios al respecto.  Actitud ésta característica de la filosofía moderna, según la cual no podemos hablar a cerca de ninguna cosa en términos universales o absolutos –por lo tanto sin posibilidad para las ideas de tipo platónico-, sino que sólo podemos hablar de las cosas del mundo desde nuestra subjetividad, o mejor, desde nuestra individualidad, y establecer juicios a cerca de lo que los sujetos experimentamos de las cosas.  En el caso del arte, según los filósofos modernos sólo podemos hablar de lo que experimentamos en nuestro interior con esos objetos y no de elementos propios de ellos.  Es decir, sólo nos podemos referir al fenómeno que crean en nuestra sensibilidad los objetos de arte, y por lo tanto, de la experiencia estética sólo podeos hablar del gusto que nos producen, del gusto que tenemos como referencia y del gusto con el que podemos juzgar.

EL ANÁLISIS DE LA EXPERIENCIA ESTÉTICA

Lo anteriormente expuesto justifica que se haya dado una reflexión contemporánea sobre el arte.  Heredado de la reflexión de Kant y de los filósofos británicos del sentido común, la filosofía del arte de hoy indaga sobre la experiencia del arte a partir de las formulaciones que de ella hicieran estos filósofos del siglo XVIII.  Una de las principales características de esta reflexión es no tener como referencia ninguna consideración particular sobre el arte, puesto que el objeto de análisis es la sensibilidad humana en general y no determinaciones de los objetos que producen dichas experiencias, aunque los desarrollos de la reflexión puedan dar pistas al respecto.  De hecho, hoy en día los artistas se nutren más de la reflexión filosófica que de la realidad inmediata, aunque esto no quiere decir que el tema de la realidad haya dejado de ser el tema principal de la creación artística.  Al ser un análisis del fenómeno del arte en los sujetos que perciben, la reflexión se centra en indagar cómo se produce el fenómeno, qué efectos se producen y qué elementos son los que hacen tan distinguible estas experiencias de toda otra experiencia de nuestra cotidianidad.  Es por esto que el comienzo de este análisis se haya centrado en el concepto de gusto.  Este concepto empezó a tener relevancia cuando los amantes del arte se vieron obligados a tomar partido por las dos fuentes distintas de objetos artísticos que reseñamos atrás.  Siendo que ninguna de las dos puede considerarse como más o menos real, pues a pesar de los obstáculos perceptivos del arte “experimental”, en él pueden reconocerse suficientes argumentos a cerca de la realidad (aunque no sean evidentes), las razones fundamentales por las cuales se tomaba partido por una obra o un artista dejaron de ser ideas como perfección y pasaron a ser conceptos intangibles, inasibles, aunque no por ello inciertos.

En un principio, los amantes de arte, para referir sus preferencias, hablaban de un “algo” que hacía parte de la obra y la distinguía de las demás.  Los cortesanos franceses del siglo XVII hablaban de un Je ne sais quoi, un “no se qué” que hacía que el objeto artístico gustara.  Para Kant, este Je ne sais quoi era la sensación producida por la excitación que en nuestro interior producía el objeto, en un espacio indeterminado de nuestras facultades espirituales, a donde confluían la racionalidad lógica y la imaginación libre de nuestro entendimiento.  La característica principal del gusto estético, según Kant –puesto que distingue un gusto puro de la acepción social o coloquial del término- es un estado del alma en el que ésta entra en un juego vertiginoso, en el que todas sus facultades intentan apropiarse del objeto en cuestión, sin que ninguna de estas facultades sea capaz, por sí sola, de capturarlo.    Esto quiere decir, a grandes rasgos, que el objeto artístico no se puede reducir a los juicios de la razón intelectual científica, ni a los juicios de la razón moral práctica, ni a escuetas figuraciones de nuestra imaginación, sino a todas ellas y a ninguna, a la magnitud de nuestra sensibilidad y nuestra intelectualidad en pleno.  Aunque el sentido coloquial del término es confuso y al estar ligado al fenómeno social de la moda se vuelve ambiguo, el término estético o puro, como diría Kant, es el objeto real y actual de la reflexión filosófica.  Al intentar precisar el gusto, la estética intenta indagar la naturaleza del arte y hacer claridad sobre lo que constituye a un objeto artístico.  Esta investigación también se hace desde la investigación histórica, como actualmente lo hace la hermenéutica, precisando los diversos contenidos que el concepto ha tenido, pues el Je ne sais quoi de los cortesanos franceses no es lo mismo que lo que después entendieron los lectores de Kant, ni tampoco puede equipararse con la “huella de ser” que conservan, según Heidegger, las obras de arte.  La reflexión estética como todo tema de la filosofía, está abierta y en camino.  Y los objetos de arte están allí, en el mundo, iluminando nuestros días, invitándonos a recrearnos y a nutrirnos de su luz.

Referencias Bibliográficas

ARCHILA RUIZ, Leonardo, SERRANO LÓPEZ Guillermo y TORREGROSA, Enver.  Filosofía 11º, 2ª edición, Santafé de Bogotá, Editorial Santillana, páginas 228, 233; 2000. 

Actividades:

1.    Con base en la información del texto, realice un comentario sobre los siguientes interrogantes: ¿cuáles son los ámbitos de la experiencia humana?  ¿Cuáles son las características del ámbito de lo artístico?
2.    ¿En qué consiste el concepto de perfección según los griegos y según Platón?
3.   La respuesta al interrogante 2º, enviarla al correo electrónico solo.informes.ita@gmail.com
4.    Fecha límite para la publicación de sus comentarios y el envío de sus correos: 23 de Noviembre/2012.



domingo, 26 de agosto de 2012

El Probema de la Modernidad


LA MODERNIDAD COMO PROBLEMA
Se puede afirmar con certeza que en muy pocas veces la filosofía se ha destinado al simple ejercicio de una reflexión teórica alejada de la sociedad en la que se origina y hacia la que se dirige.  Antes bien, las filosofías reflejan el espíritu de la época en la que se realizan, convirtiéndose en observaciones críticas y formadoras de la sociedad.

LA IDEA DE MODERNIDAD
El proceso de transformación de la sociedad occidental involucra un cambio continuo de maneras de concebir el mundo y de actuar sobre él.  Cuando hablamos de los tiempos modernos podemos ingenuamente pensar que se trata de una época en la que los errores del pasado han sido superados, y que la manera de vivir y pensar actuales son superiores.  Pero esa idea de progreso histórico y espiritual es en realidad una creencia característica de lo que nosotros llamamos “moderno”.  Cuando pensamos en la modernidad creemos que estamos hablando de una forma de ver el mundo exclusiva de Occidente que se generó cuando terminó la Edad Media.   Por supuesto que si hay algo específico de nuestra época que nos separa y distingue del pasado medieval y antiguo, pero en realidad nuestra situación actual es fruto de un proceso que se inicia en la antigüedad.  No obstante, a partir del renacimiento y con la aparición de la Ilustración, Occidente creyó dar un vuelco radical a sí mismo, tal vez porque creyó pararse en un nuevo punto de vista a partir del cual empezó a pensar.  El Renacimiento y la Ilustración constituyen dos de los momentos más importantes de lo que podemos llamar “la conformación del espíritu de la modernidad”.  En su momento, los primeros pensadores llamados modernos se consideraron a sí mismos en una situación revolucionaria en las que se estaban desprendiendo de las ataduras de un pasado anquilosado y estático.  Fueron ellos quienes tildaron de “oscura” la época histórica que los precedió.  El mayor conocimiento y una más amplia perspectiva histórica nos permite ver hoy en día en esa concepción de los primeros modernos un prejuicio, pues es indudable que la Edad Media fue la cuna de lo que hoy es Occidente.  Sin embargo, en la situación histórica en la que se hallaban los pensadores modernos que dieron origen a nuevas formas de ver y transformar el mundo sólo podían alzarse sobre un nuevo suelo adoptando esa actitud defensiva e ingenua de autoafirmación.

MODERNIDAD E ILUSTRACIÓN
¿Qué es la modernidad?  Básicamente racionalidad.  Ya los griegos habían vivido un proceso de transformación en el que las ideas y los patrones culturales de su pasado se vieron revolucionados por la filosofía en las ciudades.  Se trata del famoso paso del mito al logos, en el que se cultivó la esencia de la racionalidad occidental.  Pero, ¿cómo concibieron los pensadores ilustrados modernos esta racionalidad?  ¿Cómo se empezó a ser efectiva la idea de racionalidad moderna yen qué han consistido sus realizaciones? 

Immanuel Kant fue un consumado pensador ilustrado.  En un reconocido artículo suyo titulado Respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración? Kant expone la idea central de ese modo de concebir la cultura.  Ser ilustrado es ser capaz de pensar por sí mismo, y pensar por sí mismo es salir de la condición de minoría de edad de la cual “el hombre mismo es culpable”.  La “minoría de edad” consiste, en la dependencia intelectual.  Quien vive bajo esa condición no es libre en la medida en que no es norma para sí mismo, no se rige por su propia razón.  El hombre ilustrado, en cambio, es el hombre que puede ser libre en a medida en que se guía por su propia razón, la cual se convierte en norma de sus acciones.  En un mundo que no es moderno, los hombres no hacen uso de sus propias capacidades racionales para interpretar la realidad; no tienen espíritu crítico y no evalúan conforme criterios racionales los objetivos y resultados de sus acciones.  Bajo este ideal de hombre moderno ilustrado, la idea de una racionalidad democrática o la idea de la actividad científica moderna se revelan como manifestaciones ejemplares del ejercicio de la libertad.  Desde el punto de vista ideal, el ejercicio de la democracia exigiría la discusión argumentada en la que sí juzgan bajo los mismos criterios formales sus propuestas de acción, tratando de comprender la posición del otro como la suya propia desde el tribunal de su propia razón.  Por su puesto, se trata de un ideal político, pero eso es lo que la idea de ilustración sugiere.  Al mismo tiempo, la actividad científica moderna –entendida como un conjunto de discusiones argumentadas y racionales, desarrolladas por una colectividad que juzga sus propuestas entre sí según criterios también racionales y que exponen continuamente sus hipótesis interpretativas a la crítica-, sería, según los pensadores ilustrados, el ejemplo más claro del ejercicio de la libertad.  Podemos preguntarnos: ¿no constituyen la ciencia moderna y sus aplicaciones tecnológicas la muestra más clara del éxito de la propuesta racionalista moderna?  Sólo un análisis más detenido de las implicaciones de esta práctica de la racionalidad nos puede revelar si el ideal racionalista; nos ha conducido en efecto a esa libertad soñada por los ilustrados.

UN ANÁLISIS SOCIOLÓGICO
El sociólogo y filósofo alemán Max Weber, percibió en la idea de la racionalidad moderna y su aplicación una falla fundamental que pone en tela de juicio el noble ideal a partir del cual fue originada.  Para Max Weber la racionalidad moderna consiste básicamente en la desmitificación de las concepciones de mundo y en eso no se distancia mucho del proceso de afirmación del pensamiento racional en el mundo griego antiguo.  Pero el pensador mítico griego no creía que su relato fuera una interpretación del mundo, sino que era el mundo mismo.  Por el contrario, la actitud crítica de la racionalidad moderna exige que se separe en sus relatos de la realidad misma y se desprenda del encantamiento que es propio del mito.  Dirigida fundamentalmente hacia la acción, la racionalidad se convierte prácticamente en un cálculo de los medios para realizar las acciones, atendiendo a criterios de eficacia, que por ser estrictamente racionales, pueden ser aplicados a cualquier fin.  Eso hace que las propuestas racionales de interpretación y transformación de la realidad tengan un carácter neutro y tengan una pretensión universal.  Pero, ¿cómo se escogen los fines de las acciones?  Los fines mismos no están expuestos a la discusión racional misma, pues cuando tal cosa se hace se convierten a su vez en medios para ser evaluados.  Para Weber, el problema de esta concepción y práctica de la racionalidad es que genera un vacío de sentido, que antes sí era llenado por la visión mítica.  La racionalidad desencantada no satisface las ansias de sentido de los hombres, provocando una diversidad de fines, valores y sentidos que no pueden ser racionalizados y que ponen en peligro la cohesión social.  La ausencia de sentido, que provoca la práctica de la racionalidad, estimula el culto racional a una diversidad de valores que evaden la confrontación racional misma.  Todo lo que nos dice Weber no nos debe parecer para nada extraño.  Cuando pensamos en los problemas actuales del multiculturalismo y en sus consecuencias estamos discutiendo el mismo problema.  La racionalidad occidental, representada en la ciencia y en la técnica, que se ha extendido por el mundo, aparece como un instrumento neutro que puede ser usado para cualquier fin; y los fines parecen sólo depender de los modelos de valores de cada cultura.  ¿Pero cualquier fin es válido?  Al no poder ser examinados racionalmente los fines todos adquieren el mismo valor, y en ese cado los choques entre culturas no serían resolubles haciendo uso de las armas de la razón, la que, en principio, pareciera ser la única universalmente aplicable en esos casos.  Por la misma razón también pensamos que cada persona puede escoger los fines que quiera según su propio criterio irracional y que lo único compartido puede ser el instrumento racional para escoger los medios.

EL PAPEL DE LA FILOSOFÍA
El análisis de Weber y de otros filósofos de otras tendencias ha hecho evidente que la idea misma de modernidad se encuentra en crisis.  Los fenómenos del nazismo y el stalinismo alrededor de la Segunda Guerra Mundial se han convertido para muchos filósofos en los ejemplos más claros del resultado de aplicar una idea de racionalidad mal concebida.  Pero esos fenómenos sociales extremos no son los únicos que han sido expuestos a la crítica.  La sociedad occidental se ha desarrollado en los últimos siglos de tal forma que el modo de vida de los hombres en las sociedades industriales avanzadas se ha visto seriamente determinado por el imperio de la técnica.  Las realizaciones de la racionalidad instrumental se han convertido en el símbolo del vaciamiento de sentido del hombre moderno, más que en fuente de felicidad humana.  Así como los filósofos de los orígenes de la modernidad pensaron un mundo y una sociedad y determinaron con sus ideas el desenvolvimiento histórico de Occidente, los pensadores contemporáneos también nos han obligado a hacer un alto en el camino, haciéndonos pensar en nuestra manera de vivir y actuar.  La filosofía, como siempre, se convierte en una toma de conciencia y en un esfuerzo de autorreflexión de cada época y sociedad, pues al surgir de la sociedad misma, no tiene otro remedio que volcarse sobre ella para pensarla, señalando las fuentes de la infelicidad.  Y si bien, en los últimos tiempos la filosofía se ha acostumbrado a no ofrecer soluciones mesiánicas a los dramas del hombre contemporáneo, su trabajo interpretativo es un síntoma claro de que a pesar de sus eventuales deficiencias, la racionalidad occidental puede pensarse a sí misma críticamente señalando sus límites, y eso es lo que la hace tan valiosa.

Referencias Bibliográficas

ARCHILA RUIZ, Leonardo, SERRANO LÓPEZ Guillermo y TORREGROSA, Enver y Otros.  Filosofía 11º, 2ª edición, Santafé de Bogotá, Editorial Santillana, 2000.  Páginas: 102-105.

Actividades:

1.    Con base en la información del texto, realice un comentario sobre el siguiente interrogante: ¿En qué consiste ser racional?
2.    ¿La tecnología nos hace libres?
3.   La respuesta al interrogante 2º, enviarla al correo electrónico solo.informes.ita@gmail.com
4.    Fecha límite para la publicación de sus comentarios y el envío de sus correos: 14 de Septiembre/2012.



martes, 22 de mayo de 2012

Modernidad

 LA MODERNIDAD: UNA MANERA DE VER EL MUNDO

Lee el siguiente texto:

Tiempo: ¿Invención humana?
“La modernidad es un concepto exclusivamente occidental y que no aparece en ninguna otra civilización.  La razón es simple: todas las otras civilizaciones postulan imágenes y arquetipos temporales, de los que es imposible deducir, inclusive como negación nuestra idea de tiempo. (…)   La sociedad cristiana medieval imagina el tiempo histórico como un proceso finito, sucesivo e irreversible; agotado ese tiempo –o como dice el poeta: cuando se cierran las puertas del futuro- reinará un presente eterno.  En el tiempo finito de la historia, en el ahora, el hombre se juega su vida eterna. (…) 

¿Futuro..?
La modernidad es una separación. Empleo la palabra en su acepción más inmediata: apartarse de algo, desunirse.  La modernidad se inicia como un desprendimiento de la sociedad cristiana.  Fiel a su origen, es una ruptura continua, un incesante separarse de sí misma; cada generación repite el acto original que nos funda y esa repetición es simultáneamente nuestra negación y nuestra renovación.  (…)  La edad moderna se concibe a sí misma como revolucionaria…  El gran cambio revolucionario, la gran conversión, fue la del futuro.  En la sociedad cristiana el porvenir estaba condenado a muerte: el triunfo del eterno presente, al otro día del Juicio Final, era así mismo el fin del futuro.  La modernidad invierte los términos: si el hombre es historia y sólo en la historia se realiza; si la historia es tiempo lanzado hacia el futuro y el futuro es el lugar de elección de la perfección; si la perfección es relativa con respecto al porvenir y absoluta frente al pasado…pues entonces el futuro se convierte en el centro de la triada temporal es el imán del presente y la piedra de toque del pasado.  Semejante al presente fijo del cristianismo, nuestro futuro es eterno.  (…)  La eternidad cristiana era la solución de todas las contradicciones y agonías, el fin de la historia y del tiempo.  Nuestro futuro aunque sea el depositario de la perfección no es un lugar de reposo, no es un fin, al contrario; es un continuo comienzo; un permanente ir más allá.  (…)

¿controlamos el tiempo?
La oposición a la modernidad opera dentro de la modernidad. Criticarla es una de las funciones del espíritu moderno; y más: es una manera de realizarla.  El tiempo moderno es el tiempo de la escisión y de la negación de sí mismo, es el tiempo de la crítica.  La modernidad se identifica con el cambio, identifico al cambio con la crítica y a lo dos con el progreso.  (…)  La creencia en la historia como una marcha continua aunque no sin tropiezos y caídas, adoptó muchas formas.  A veces fue una aplicación ingenua del “Darwinismo” en la esfera de la historia y la sociedad; otras, una visión del proceso histórico como la realización progresiva de la libertad, la justicia, la razón, o cualquier otro valor semejante.  En otros casos la historia se identificó con el desarrollo de la ciencia y  la técnica o con el dominio del hombre sobre la naturaleza o con la universalización de la cultura.  Todas estas ideas tienen algo en común: el destino del hombre es la colonización del futuro.  En los últimos años ha habido un cambio brusco: los hombres empiezan a ver con terror el porvenir y lo que apenas ayer parecían las maravillas del progreso, hoy son sus desastres.  El futuro ya no es el depositario de la perfección, sino del horror.  Demógrafos, ecologistas, sociólogos, físicos y geneticistas denuncian la marcha hacia el futuro como una marcha hacia la perdición.  Unos preveen el agotamiento de los recursos naturales, otros la contaminación del globo terrestre, otros una llamarada atómica.  Las obras del progreso se llaman hombre, envenenamiento, volatilización.  No me importa saber si estas profecías son o no exageradas: subrayó que son expresiones de la duda general sobre el progreso.  (…)  

Debemos edificar una Ética y una Política sobre la Poética del ahora.  La política cesa de ser la construcción del futuro: su misión es hacer habitable el presente.  La Ética del ahora no es hedonista, en el sentido vulgar de esta palabra, aunque afirma al placer y al cuerpo.  El ahora nos muestra que el fin no es distinto o contrario al comienzo, sino que es su complemento, su inseparable mitad… El ahora nos reconcilia con nuestra realidad: somos mortales… En el ahora nuestra muerte no está separada de nuestra vida: son la misma realidad, el mismo futuro”.
Octavio Paz, Signos de Rotación.

Bibliografía:

VILLEGAS, Mauricio; CASAS, Javier y Otros. Sociales Integrada 9 (Educación Básica Secundaria),  Editorial Voluntad S.A., Bogotá-Colombia, 1990, páginas: 14 y 15.

Actividades:

1.    Con base en el texto, realiza un escrito referido a tu posición frente a la forma de ver el mundo llamado “modernidad.
2.    Es propio de la modernidad el afán de “progreso”, de querer estar en el futuro sin gozar del presente. ¿Qué consecuencias le ves a esa forma de vivir, con respecto a las riquezas del pasado y el gozo de vivir el presente?
3.   Las respuestas al interrogante 2 enviarla al correo electrónico solo.informes.ita@gmail.com
4.    Fecha límite para la publicación de sus comentarios y el envío de sus correos: 12 de Junio/2012.