ESTÉTICA
Uno de los
principales temas de la filosofía contemporánea es la estética o la reflexión
sobre el arte. La reflexión estética
comenzó, como gran parte de los meas de la filosofía occidental, con Platón y
Aristóteles. Hoy en día goza de un
protagonismo que no había tenido antes en la historia del pensamiento.
LOS OBJETOS DE ARTE
Nuestra
vida cotidiana está rodeada de una serie de acontecimientos sobre los que
normalmente tomamos decisiones y juicios.
De un lado están los eventos de nuestras ocupaciones diarias, las
situaciones que enfrentamos en nuestro diario vivir para ganarnos la vida, para
practicar nuestras habilidades y desarrollar nuestra personalidad. En estas circunstancias practicamos
conocimientos técnicos o teóricos, según nuestro campo de acción, pero siempre
a partir de un conocimiento estable e incuestionable, con el cual efectuamos
desarrollos e innovaciones sin necesidad de cuestionar dicho conocimiento. De otro lado, están las decisiones morales
que debemos tomar en nuestra relación con otras personas, en los grupos humanos
que conforman nuestra sociedad, como seres sociales que somos. En estas ocasiones, no necesariamente hay un
conocimiento anterior que nos permita actuar, aunque puede haber leyes o normas
morales a las cuales nos atenemos, pensando que esa es la manera correcta de
hacerlo, porque nuestra filiación religiosa o política, o de cualquier otra
índole, nos motiva a actuar de un modo determinado. En síntesis, en el campo moral nuestras
acciones pueden estar o no condicionadas, pero las efectuamos con la esperanza
de estar o no en lo correcto.
Pero
hay otro campo de nuestra vida cotidiana en donde la certidumbre de los actos
que realizamos es aún más difícil de determinar. Estos son los asuntos en donde intervienen
los objetos artísticos. Frente a un
objeto artístico podemos pasas indiferentes, y eso sucede la mayor parte del
tiempo y a la mayor parte de las personas.
Pero si por casualidad nos fijamos en ellos, de alguna manera que no se
pueda precisar muy bien, nos vemos tentados a tomar posición frente a ellos, a
elaborar juicios y a determinarles un lugar en el mundo. A diferencia de las situaciones prácticas o
éticas, frente a una obra de arte tenemos la impresión de que “conocemos” sobre
el objeto y podemos decir si es artístico o no, si es bello o no, si es
distinto o no a los demás objetos que componen el mundo. Pero, ¿qué es lo que nos hace creer con tanta
seguridad que con respecto a los objetos artísticos tenemos un conocimiento o
algo que decir? ¿Por qué nos atrevemos a
decir con frecuencia que reconocemos si un objeto es artístico o bello? Esto no
ocurre con las acciones buenas o correctas ni con las cosas de conocimiento
especializado o específico. Difícilmente
reconocemos de forma inmediata la diferencia entre justicia e injusticia, o
entre la validez y veracidad de fórmulas matemáticas complejas, sobre todo si
no somos conocedores del tema; en cambio, pocas veces dudamos a la hora de
decir si una pintura o una escultura es bella o no; si algo es vulgar o
elegante; en fin, si algo es artístico o no lo es. Esto sucede en virtud de una característica
propia de los objetos artísticos. No
pueden determinarse como se determinan los objetos de conocimiento científico,
es decir, según teorías e hipótesis; tampoco pueden reconocerse como las
sociedades humanas reconocen la justicia, la piedad o los derechos
humanos. Con los objetos artísticos no
funcionan ni la teoría, ni la autoridad, ni la opinión pública.
EL ÁMBITO DE LO
ARTÍSTICO
Muy
al contrario, el arte y las sensaciones que nos produce tienen relación con
nuestra sensibilidad, con nuestros sentimientos y emociones. El ámbito del arte es la sensibilidad humana,
entendiendo por esta no solamente lo que tiene que ver con nuestros sentidos,
sino también con nuestras facultades intelectuales; tiene que ver, a la vez,
con lo sensible y lo inteligible; en últimas, es un asunto del espíritu
humano. El arte hace parte de nuestra
vida cotidiana, pues a la vez que estimula nuestra sensibilidad, también sacude
nuestra imaginación y nuestra racionalidad, convirtiéndose en una ganancia el
hecho de encontrarnos con obras de arte, aunque por desgracia poco nos fijemos
en ellas, sumergidos como estamos en la rutina diaria. El arte nos libera de la rutina, de la
monotonía de lo cotidiano, y además, nos enseña nuevas cosas, nos hace ver el
mundo de todos los días distinto a como
lo vemos desde nuestras preocupaciones prácticas o morales, y nos educa en el
conocimiento de nosotros mismos al tiempo que nos hace mejores seres
humanos. Los objetos de arte son objetos
de nuestra sensibilidad, pero también de nuestra razón y nuestra voluntad. Ponen en juego nuestros sentidos, nuestro
gusto y nuestra imaginación. Sobre ellos
podemos volcar, sin conflictos, nuestros conocimientos, nuestros deseos y
nuestras aspiraciones, pues parecen capaces de soportar toda la carga de
nuestra humanidad. Los objetos
artísticos son, pues, especiales, y por lo tanto, especial debe ser nuestra
manera de abordarlos filosóficamente.
LOS OBJETOS ARTÍSTICOS
Y LA FILOSOFÍA
La
cualidad de lo artístico no es algo que se pueda definir de modo
determinado. Al estar ligado a nuestra
sensibilidad, la concepción sobre el arte varía según las épocas históricas y
las circunstancias particulares. Sin
embargo, la filosofía se ha aproximado al arte para tratar de comprender el
hecho de experimentar o percibir una obra de arte, es decir, para intentar
comprender los fenómenos estéticos. La
relación que establecemos con las obras de arte no es equiparable a nuestras
relaciones con otro tipo de objetos, como por ejemplo un destornillador o un
carro, en las que intervienen apreciaciones como la utilidad, el interés o la
búsqueda de un fin. La filosofía, casi de forma unánime, ha reconocido en la
experiencia del arte que a la hora de establecer una auténtica relación con
objetos artísticos –que es de lo que se ocupa la estética-.
EL IDEAL DE PERFECCÓN
La
primera aproximación que la filosofía efectuó sobre los objetos artísticos tuvo
que ver con la distinción entre objetos bellos y objetos no bellos. Según esta distinción, hecha por los
filósofos griegos, los objetos del mundo se pueden clasificar en bellos o
feos. La complicación estaba en decidir
que significaba bello y cómo podía diferenciarse de su contrario, o sea de lo
feo. Para Platón, lo bello tenía que ver
con una especie de correspondencia entre el objeto en cuestión y la idea o
forma ideal de este. Un caballo era
bello en la medida en que más se parecía al caballo ideal, al caballo prototipo
según la idea de éste que estaba en el mundo verdadero de las ideas. Esta formulación fue la depuración de lo que
por tradición consideraron los griegos como bello, según sus manifestaciones
artísticas y éticas. Para ellos la
belleza tenía que ver con cierta idea de perfección formal; es decir, lo bello
era aquello que se adecuaba a una forma ideal que tenia como elementos
identificadores la proporción, la armonía, la simetría y la pulcritud. La reunión de estos elementos determinaba una
forma ideal, bella, que se constituía en un modelo o ejemplo para las demás de
su clase. Por ejemplo, el cuerpo humano,
cuyas trazas ideales sobreviven hoy en día entre nosotros, o el caballo
perfecto, cuya figura solía ser el ejemplo preferido de Platón en sus diálogos.
Pero
a este respecto hay que añadir un elemento que constituía la belleza para
Platón y que lo diferenciaba de la característica tradicional de belleza como
simple perfección de una forma. Para
Platón había un elemento adicional. La
existencia de los elementos identificadores estaba dada por la presencia
fundamental de este nuevo elemento, anterior y más importante. Consistía en un carácter ontológico que debía
reunir el objeto, en cuanto fuera manifestación de la verdad que constituía a
la clase de cosas a las cuales pertenecía.
Lo bello esta aquello en donde se manifestaba la idea del objeto, era
una forma de acercamiento al conocimiento real de las cosas, a su verdadera
esencia. El caballo bello no era el más
rápido, o el más alto, o el de color más parejo. Era aquel que reuniera de forma
satisfactoria todas las cualidades que correspondían a la idea de caballo, era
aquel ejemplar que reuniera en sí no un conjunto de características sino una
virtud o bondad que sólo correspondiera a la esencia de ser caballo. Además de ser físicamente correcto, debía,
sobre todo, reflejar una cualidad interior, moral. Es decir, su forma física debía tener un
significado, debía reflejar una verdad, y no simplemente cumplir con un
rendimiento o reunir ciertas características.
De alguna manera, la belleza correspondía a una especie de luz interior
que las cosas reflejaban. Así
manifestaban su participación en la idea que les correspondía, en mayor medida
que los objetos semejantes. Por eso,
para Platón las cosas bellas guiaban la búsqueda de la verdad, y por lo mismo, se
necesitaba del desarrollo de un sentido o sentimiento especial que permitiera
reconocer dichas cosas bellas y verdaderas, y este sentimiento era el amor.
Este
amor no tiene nada que ver con la atracción física o con el deseo sexual. Al contrario, tiene que ver con la ausencia
de interés, de recompensa o de utilidad en el acto de contemplación. El amor platónico trata de la posibilidad de
“ver” a través del objeto bello la verdad.
Hacia las cosas que brillen, hacia las cosas que se constituyan por su
belleza en un modelo adecuado de la verdad, se inclinará naturalmente nuestra
naturaleza, nuestra imaginación y nuestra razón, y entonces amaremos a estos
objetos por ser bellos. Para Platón, la
belleza de las cosas significaba la presencia en ellas de la idea de Bien, la
idea rectora del mundo verdadero que ilumina la verdad. Por eso se la representaba con el sol, y por
eso decía que las cosas bellas “brillan”.
Esta concepción moral de la belleza se conservó durante la Edad Media
gracias al concepto de claritas, que significaba claridad, lucidez, presencia
de la luz en los objetos. Pero para el
medioevo cristiano, la luz era luz divina que, según Agustín de Hipona, nos
hace comprender las ideas eternas emanadas de Dios. La idea de perfección correspondió, entonces,
a cierta adecuación con la verdad divina, pero adecuación con aquella verdad
que era inexpresable, que no podía expresarse con el lenguaje sino que requería
de una figura mayor, superior, en donde existiera espacio para más sabiduría
divina que la que reposaba en las cosas comunes. De allí que el arte medieval haya recurrido
al símbolo y a la analogía, pues de ese modo las cosas señaladas por la luz de
la claridad podían diferenciarse sobradamente de las cosas terrenales que
poblaban vulgarmente el mundo. La luz
del bien platónico se cambió por la luz de la verdad divina, pero los objetos
artísticos siguieron cumpliendo con ese propósito mencionado atrás completar y
mejorar la vida humana, simple y oscura.
Para el medieval, la luz de las cosas bellas
iluminaba la vida de tránsito, pobre y miserable, que significaba habitar en
este mundo de pecado y tentación. Los
objetos de arte debían ser, por tanto, dones o regalos divinos.
EL GUSTO Y EL ARTE
Los
artistas del Renacimiento acogieron, a grandes rasgos, esta misma idea de
perfección, aunque restó de ella el peso de la bondad platónica y de la verdad
divina. A cambio de esto, añadieron a la
idea de perfección una exigencia formal: el pedido de que la obra de arte se
asemejara lo más posible a la realidad que pretendía reflejar o copiar. Ante la ausencia de una razón ontológica y
ante la reducción de la cuestión teológica a un asunto principalmente
argumentativo, la mayoría de artistas renacentistas se dieron a la tarea de
lograr reproducir en su totalidad el mundo que se les presentaba a los
sentidos. El éxito vino con el
desarrollo de técnicas –como la perspectiva- pero trajo a la consideración
sobre el arte un ingrediente adicional: la pregunta filosófica por la verdadera
naturaleza de la realidad que se quería representar. A partir del Renacimiento podemos reconocer
dos formas de concebir el hecho artístico.
Por un lado, se dio una tendencia que continuó con la exploración formal
de la representación perfecta (correspondiente a la idea de perfección) de la
realidad que ha perdurado hasta nuestros días y que puede reconocerse como una
concepción “clásica” del arte, que a grandes rasgos recurre siempre a los
mismos temas y que tiene como propósito la profundización en la búsqueda de una
representación fiel y auténtica de la realidad.
Por otro lado, surgió una tendencia que podemos llamar “experimental”,
que desconfía, en términos generales, de la idea de perfección, o mejor de una
representación evidente y formal de la realidad.
Frente
a estas dos posturas se encuentra una actitud hacia el arte que tiene que ver
con lo que en filosofía llamamos establecer juicios al respecto. Actitud ésta característica de la filosofía
moderna, según la cual no podemos hablar a cerca de ninguna cosa en términos
universales o absolutos –por lo tanto sin posibilidad para las ideas de tipo
platónico-, sino que sólo podemos hablar de las cosas del mundo desde nuestra
subjetividad, o mejor, desde nuestra individualidad, y establecer juicios a
cerca de lo que los sujetos experimentamos de las cosas. En el caso del arte, según los filósofos
modernos sólo podemos hablar de lo que experimentamos en nuestro interior con
esos objetos y no de elementos propios de ellos. Es decir, sólo nos podemos referir al
fenómeno que crean en nuestra sensibilidad los objetos de arte, y por lo tanto,
de la experiencia estética sólo podeos hablar del gusto que nos producen, del
gusto que tenemos como referencia y del gusto con el que podemos juzgar.
EL ANÁLISIS DE LA
EXPERIENCIA ESTÉTICA
Lo
anteriormente expuesto justifica que se haya dado una reflexión contemporánea
sobre el arte. Heredado de la reflexión
de Kant y de los filósofos británicos del sentido común, la filosofía del arte
de hoy indaga sobre la experiencia del arte a partir de las formulaciones que
de ella hicieran estos filósofos del siglo XVIII. Una de las principales características de
esta reflexión es no tener como referencia ninguna consideración particular
sobre el arte, puesto que el objeto de análisis es la sensibilidad humana en
general y no determinaciones de los objetos que producen dichas experiencias,
aunque los desarrollos de la reflexión puedan dar pistas al respecto. De hecho, hoy en día los artistas se nutren
más de la reflexión filosófica que de la realidad inmediata, aunque esto no
quiere decir que el tema de la realidad haya dejado de ser el tema principal de
la creación artística. Al ser un
análisis del fenómeno del arte en los sujetos que perciben, la reflexión se
centra en indagar cómo se produce el fenómeno, qué efectos se producen y qué
elementos son los que hacen tan distinguible estas experiencias de toda otra
experiencia de nuestra cotidianidad. Es
por esto que el comienzo de este análisis se haya centrado en el concepto de
gusto. Este concepto empezó a tener
relevancia cuando los amantes del arte se vieron obligados a tomar partido por
las dos fuentes distintas de objetos artísticos que reseñamos atrás. Siendo que ninguna de las dos puede
considerarse como más o menos real, pues a pesar de los obstáculos perceptivos
del arte “experimental”, en él pueden reconocerse suficientes argumentos a
cerca de la realidad (aunque no sean evidentes), las razones fundamentales por
las cuales se tomaba partido por una obra o un artista dejaron de ser ideas como
perfección y pasaron a ser conceptos intangibles, inasibles, aunque no por ello
inciertos.
En
un principio, los amantes de arte, para referir sus preferencias, hablaban de
un “algo” que hacía parte de la obra y la distinguía de las demás. Los cortesanos franceses del siglo XVII
hablaban de un Je ne sais quoi, un “no se qué” que hacía que el objeto
artístico gustara. Para Kant, este Je ne
sais quoi era la sensación producida por la excitación que en nuestro interior
producía el objeto, en un espacio indeterminado de nuestras facultades
espirituales, a donde confluían la racionalidad lógica y la imaginación libre
de nuestro entendimiento. La
característica principal del gusto estético, según Kant –puesto que distingue
un gusto puro de la acepción social o coloquial del término- es un estado del
alma en el que ésta entra en un juego vertiginoso, en el que todas sus
facultades intentan apropiarse del objeto en cuestión, sin que ninguna de estas
facultades sea capaz, por sí sola, de capturarlo. Esto quiere decir, a grandes rasgos, que el
objeto artístico no se puede reducir a los juicios de la razón intelectual
científica, ni a los juicios de la razón moral práctica, ni a escuetas
figuraciones de nuestra imaginación, sino a todas ellas y a ninguna, a la magnitud
de nuestra sensibilidad y nuestra intelectualidad en pleno. Aunque el sentido coloquial del término es
confuso y al estar ligado al fenómeno social de la moda se vuelve ambiguo, el
término estético o puro, como diría Kant, es el objeto real y actual de la
reflexión filosófica. Al intentar
precisar el gusto, la estética intenta indagar la naturaleza del arte y hacer
claridad sobre lo que constituye a un objeto artístico. Esta investigación también se hace desde la
investigación histórica, como actualmente lo hace la hermenéutica, precisando
los diversos contenidos que el concepto ha tenido, pues el Je ne sais quoi de
los cortesanos franceses no es lo mismo que lo que después entendieron los
lectores de Kant, ni tampoco puede equipararse con la “huella de ser” que
conservan, según Heidegger, las obras de arte.
La reflexión estética como todo tema de la filosofía, está abierta y en
camino. Y los objetos de arte están
allí, en el mundo, iluminando nuestros días, invitándonos a recrearnos y a
nutrirnos de su luz.
Referencias
Bibliográficas
ARCHILA RUIZ, Leonardo, SERRANO
LÓPEZ Guillermo y TORREGROSA, Enver.
Filosofía 11º, 2ª edición, Santafé de Bogotá, Editorial Santillana,
páginas 228, 233; 2000.
Actividades:
1.
Con
base en la información del texto, realice un comentario sobre los siguientes
interrogantes: ¿cuáles son los ámbitos de la experiencia humana? ¿Cuáles son las características del ámbito de
lo artístico?
2.
¿En
qué consiste el concepto de perfección según los griegos y según Platón?
4.
Fecha
límite para la publicación de sus comentarios y el envío de sus correos: 23 de Noviembre/2012.