lunes, 18 de octubre de 2010

Filosofía de la Religión

LA  FE EN LA FILOSOFÍA
LA NOCIÓN DE CREENCIA

Cuando hablamos de creencias entendemos el término en dos sentidos: algo que no nos ofrece total confianza y aquellas convicciones personales, que si bien pueden ser de carácter netamente subjetivo, se asientan firmemente en la mente.  También bajo otra óptica, cuando la gente piensa en las creencias, en unas circunstancias las considera de manera despectiva, como si fueran indignas de ser valoradas y en otras circunstancias son objeto de respeto y reverencia profunda. 

Obra de René Magrite

Ahora la cuestión que nos atañe es esta: ¿cuál es el sentido de creencia que hay que aplicar cuando hablamos de tener creencias religiosas?  Es corriente que cuando una persona quiere poner en aprietos a un filósofo le pregunte a quemarropa “¿crees en Dios?”  Sin duda, la respuesta que dé será comprometedora.  Pues si dice sí, el filosofo ya no lo parecerá tanto porque tendrá que aceptar como propias un conjunto de creencias que quizás vayan en contravía de su espíritu racional.  Pero si dice no, se esperará de él una serie de argumentos de carácter escéptico que den cuenta de su posición “naturalmente racional y crítica”, que después de todo puede ofrecer contradicciones o dificultades teóricas y prácticas.

Discutir sobre este tipo de cosas es pues difícil, en razón de la complejidad de la noción de creencia y en razón de la complejidad de la noción misma de “Dios”.  Poca gente del común se da cuenta de que una creencia religiosa no necesariamente implica la creencia en un Dios personal, y son menos los que logran distinguir una creencia religiosa de una actitud religiosa, de un pensamiento religioso y de una vida religiosa, etc.  Un individuo puede ser alguna de esas cosas sin tener las otras, y hasta un filósofo puede tenerlas todas  y no tener que creer en un dios de ningún tipo.  Si todo esto ocurre con la simple noción de creencia es fácil imaginarse lo que sucedería con todas las demás cosas relativas a los asuntos religiosos y filosóficos. 

Capilla Sixtina - Vaticano

¿Existe alguna salida?  La mejor de todas, en principio, es esforzarse por aclarar las nociones de racionalidad y religiosidad.  Si el afán es imponer una opinión, es prácticamente imposible llegar a algún acuerdo.  Pero si el afán es la comprensión y se dispone de las herramientas hay que lanzarse en la empresa de filosofar y eso no se opone para nada a ciertas formas de religiosidad.  Es más, muchas actitudes honestamente religiosas y muchos modelos de vida religiosa exigen esa disposición y actitud filosóficas, pues la razón, no tiene por qué abandonarse, y hasta sería contraproducente para el hombre de fe, no pensar lo espiritual.

CREER EN DIOS

No es lo mismo decir: “Creo en Dios”, a decir: “Creo que tengo las llaves en el bolsillo”.  La diferencia es intuitivamente evidente, pero hay que analizarla para hacerla más clara a un ojo agudo.  En ninguno de los dos casos se trata de una opinión.  Una opinión tendría la forma de algo así como “Creo que los grupos extremistas son la peor opción” o “Creo que es mejor pintar el cuarto de azul”.  El limite, por supuesto, no es del todo diáfano desde el punto de vista lógico, más sin embargo, es factible establecerlo.  Cuando digo: “Creo que tengo las llaves en el bolsillo”, expreso una creencia que señala un hecho, no una idea sobre un hecho, como “Creo que es mejor pintar el cuarto de azul”.  La segunda opinión es una cuestión que no puede ni ser refutada, ni ser demostrada.  Puede  que el individuo que la enuncie haga que otros la compartan o que sea persuadido de cambiar de opinión, pero no hay ningún hecho con el cual sea confrontable.  Eso no quiere decir que esas opiniones no puedan ser argumentables y que no puedan adquirir un aspecto racional.  Incluso, estamos acostumbrados a argumentarla y eso no está bien.  Pero una creencia como “Creo que tengo las llaves en el bolsillo” sólo debe ser confrontada con los hechos; basta con buscar las llaves en el susodicho bolsillo y ya está.  ¿Y qué pasa cuando pensamos en la expresión: “Creo en Dios”?  Pareciera que no se trata de una creencia que deba ser confrontada con ningún hecho, y en ese sentido es absurdo mostrar pruebas o buscar algo, como en el caso de las llaves.  ¿Pero basta con argumentarla como en el caso de las otras creencias?  La respuesta aquí podría ser sí, pero no es tan fácil, pues generalmente cuando creemos en algo hay grados posibles de fuerza en nuestras creencias.  A veces lo creemos con debilidad.  Y es usual que usemos la palabra “creencia” para hacer referencia a convicciones débiles.  Pero, al mismo tiempo, todos sabemos que cuando alguien dice: “Creo en Dios”, si bien lo puede decir con diferentes grados de fuerza, al fin y al cabo se tratará de una convicción, de una expresión comprometedora.


Muro de las Lamentaciones-Jerusalem

Nótese que si bien es fácil cambiar el “Creo que las llaves están en mi bolsillo” por un “Se que las llaves están en mi bolsillo”, prácticamente nadie dice “Se que Dios existe” o “Conozco a Dios”.  Todo eso suena muy pedante, aún más entre hombres de fe.  Eso nos hace pensar que cuando hablamos de creencia en un Dios o en cualquier caso de creencia religiosa, estamos hablando de una profesión de fe. 

La fe no puede concebirse como una creencia débil en el sentido habitual del término.  Tampoco es necesario confundirla con la superstición y mucho menos implica una carencia absoluta de disposición y actitud filosófica.  Según lo que nos enseñan las religiones tradicionales de más amplia influencia en occidente, cuando hablamos de fe hablamos de amor.  Es más fácil traducir “Creo en Dios” en “Amo a Dios”, que en “Sé de Dios”, aunque la última traducción no se niega, sólo que es incompleta.  La profesión de fe revela una actitud ante la vida y ante los hombres, una manera de ver las cosas, un deseo de actual y un anhelo, que no está presente en las otras formas de creencia.  El hombre de fe no es un sujeto con creencias débiles, sino que es, por el contrario, un hombre enamorado.

EL APARENTE CONFLICTO ENTRE FE Y RAZON


Oración en una mezquita

Obviamente lo que hemos dicho no es fácil de comprender por la mayoría de las personas, incluyendo aquellas que hacen profesión de fe.  Y tampoco lo ha sido en el pasado.  En la Edad Media el conflicto entre razón y fe estaba presente y no de una forma superficial como suele pensarse.  Fue tan fundamental este problema filosófico que hasta se puede decir que fue el motor de la mayor parte de las discusiones y las reflexiones filosóficas de ese tiempo.  Los pensadores medievales, en su ambiente intelectual, tuvieron que enfrentarse con esa dificultad y ofrecieron, desde diversas ópticas, opciones muy sugerentes.

¿En qué consistía el aparente conflicto?  Muy simple.  Por vía racional se puede llegar naturalmente a muchas conclusiones que tienen el apoyo sustancial de la lógica y los hechos.  Pero el hombre de fe medieval creía con fervor en la palabra revelada, aquella que está consignada en los textos sagrados, y consideraba que de ella emanaba una serie incuestionable de verdades que en muchos asuntos importantes parecía contradecir las conclusiones de la razón filosófica.  Esta situación conflictiva apareció tanto entre judíos como entre cristianos y musulmanes.  ¿Qué opción tomar?  Rechazar la doctrina revelada para estos hombres era imposible, pues la fuente de verdades que constituían las sagradas escrituras hacía parte de su suelo común, era su piedra de toque y su punto de partida.  La otra opción, que era la fácil, era la de abandonar la reflexión y especulación filosóficas como si fuese una segura fuente de confusiones y de errores.  Pero esta opción facilista implicaba dejar a un lado el arma más poderosa que el género humano puede compartir para  aproximarse a la comprensión de la realidad como un todo.  La tercera opción era pues, la de conciliar la oposición disolviendo el conflicto y mostrando que era aparente.


Iglesia católica

Esto último fue lo que hicieron muchos pensadores de gran relevancia en Occidente.  Uno de ellos fue Averroes, quien en sus variados tratados se esforzó por desarrollar una compleja y elaborada visión filosófica del mundo que se apropiara de los avances de los pensadores griegos antiguos sin necesidad de abandonar los preceptos y verdades espirituales fundamentales del Islam.  Fue particularmente en su obra titulada Doctrina Decisiva a cerca de la concordancia entre la revelación y la sabiduría donde se empeñó en demostrar que para el hombre de fe no sólo es útil y beneficioso el recurso de la reflexión filosófica sino, además, estrictamente necesario, pues sin la filosofía el hombre de fe puede hallarse abandonado sin la luz que la divinidad misma, en su infinita misericordia, le ha concedido a los limitados mortales para que se acerquen a la verdad.  Es un absurdo, para Averroes, pretender que se niegue el valor de la argumentación y el raciocinio, cuando es éste el que permite que la ley divina se haga accesible a las mentes de los hombres, y sobre todo, se haga aplicable.  Las verdades reveladas son una suerte de principio generales que orientan la vida práctica pero que tienen que ser interpretados para que tengan una aplicación efectiva; interpretación que sólo es factible con el uso de la razón.  Los hombres tampoco podemos desconocer las enseñanzas de la razón filosófica, pues lo que esta nos enseña también nos lo está enseñando Dios mismo, sólo que por otro medio, no tan inmediato como el de la belleza poética e intuitiva de los versos sagrados, pero sí claro y comunicable como el de cualquier argumentación.


Mezquita de El Cairo-Egipto

Con ello Averroes se opuso a otros pensadores musulmanes que como Algazel-autor de la Destrucción de los filósofos- pretendían refutar el uso de la razón filosófica utilizando paradójicamente argumentos filosóficos.  La razón misma, al ser autocrítica, nos señala sus limitaciones y nos hace entender que puede tratarse de un camino de indagación y de búsqueda espiritual de sentido distinto pero, al fin y al cabo, compatible con el del enamoramiento propio del hombre religioso.  Tan es así, que no es una exageración decir que la filosofía misma, con todo lo que representa, se nos manifiesta como un indudable camino espiritual que comparte con la vía religiosa ese afán de totalidad, de sentido y comprensión que le ha definido desde sus orígenes.  Averroes es sólo un ejemplo.  Pero nosotros podemos entender su intención a nuestro estilo.

Cuando discutimos filosóficamente sobre la existencia de Dios, por ejemplo, estamos tratando de conocerlo, pero de una manera que no tiene por qué desvirtuar la disposición y la actitud del hombre de fe.  La fe no se pone en peligro con pensar, y pensar no es carecer de fe.  Hay fe en la filosofía, pues ella misma es amor de saber, ella misma es fe y podemos, como muchos grandes espíritus, tener fe en ella.

Bibliografía:
Tomado de: La Fe en la Filosofía, Sección Monografía. Filosofía 11º,  Editorial Santillana Siglo XXI (Varios Autores), pág. 222-225, 2000.

Actividades:

1.    Con base en la información del texto, realice un comentario sobre el siguiente interrogante: ¿Existe semejanza entre la filosofía y la religión?
2.    Cuando se formula la pregunta ¿Crees en Dios?  ¿Qué se busca con ella?
3.   La respuesta al interrogante 2º, enviarla al correo electrónico solo.informes.ita@gmail.com
4.    Fecha límite para la publicación de sus comentarios y el envío de sus correos: 20 de Noviembre de 2010.